giovedì 10 marzo 2011
Visillos 2.0
El día que Pablo Klein decidió desabrocharse los puños de su camisa había nubosidad variable y un par de pájaros, pardos, en la rama del chopo enjuto frente a la ventana de su habitación. Todo muy provinciano, a decir verdad. Pablo tenía las sienes doradas de tanto conjugar verbos alemanes, la frente lisa, la mirada honda. Salió de casa. Acostumbraba a pasear rozando los adoquines con levedad y alevosía, como quien no quiere ser visto y, al mismo tiempo, se muere por empaparse de trivialidades. Los puños desabrochados se retiraban lentamente a medida que Pablo caminaba. La cadencia de los brazos hacía que se remangara involuntariamente, dejando sus muñecas velludas al amparo de la luz de la tarde. No hacía frío. Era una de esas horas indolentes previas a la merienda, cuando las ciudades, somnolientas, reniegan de su naturaleza de espacios de tránsito y se consagran a los pasos solitarios. Pablo levantó la vista y se topó con una amalgama de nubes brillantes y ofensivas. Y le pareció que, en medio de su ennumeración de rutinas, los instantes se le amontonaban en la palma de las manos.
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Creo que debería comprarme un sombrero para quitármelo cada vez que te lea.
RispondiEliminaUn saludo.
Bonito.
RispondiEliminaSería bonito que determinadas cosas que en principio no nos afectan más que interiormente se transparentaran hacia fuera, como que el pelo cambiara de color por los idiomas. Me encantó eso, jaja.
RispondiEliminaBesos
como quien no quiere ser visto y, al mismo tiempo, se muere por empaparse de trivialidades
RispondiElimina"No hacía frío. Era una de esas horas indolentes previas a la merienda, cuando las ciudades, somnolientas, reniegan de su naturaleza de espacios de tránsito y se consagran a los pasos solitarios."
RispondiEliminaNo puedo ser más fan de esta entrada, :)
Y una manecilla más.
RispondiEliminaMe uno a tu reloj, saludos!