giovedì 15 marzo 2012


Desde joven, a Eratóstenes la finitud de los espacios entre números primos se le antojó cruel y despiadada, pero ¿aleatoria? En modo alguno. No en vano, las soledades son vanos amargos que, aun inesperados, despiden un regusto inevitable a predestinación y anticipo. Observó el de Cirene que la distancia, numérica, física, aritmética, entre tan singulares dígitos, lejos de resaltar sus particularidades, los condenaba a un papel de anodinos figurantes en el grandioso baile concebido por la unidad, ese ente indivisible, único, uno, el coreógrafo capaz de acompasar las piruetas de tan vasta compañía danzante. Todos, genuinos, inusualmente íntegros en la inexactitud de su belleza, pero doblegados ante la apabullante simplicidad del primero de la fila. Piedras preciosas consumiéndose en un desierto de pares mediocres.

Eratóstenes cogió una naranja y la partió por la mitad. Tenía hambre. El corte le permitía ver la sección de ocho gajos casi idénticos, adosados entre sí, formando un todo esférico, compacto y giratorio. Sin embargo, no dejaban de ser ocho. La clave de la soledad no está en la distancia, se dijo.

1 commento:

  1. la soledad frente a la maravillosa perfección de la naturaleza, eso nunca va a cambiar, por mucho que alguien se empeñe en lo contrario.

    un besito!

    RispondiElimina

A voi la parola ;)