Sube y no pagues billete. Pero no olvides dejar la escarcha en la marquesina de tules de acero, junto a tu par de zapatos y tus miedos ateridos. Cuando camines buscando un asiento de ésos desgastados e impersonales, tan soviéticos, que no te preocupe rozarte con los tranviandantes que, como tú, prefieren montarse y dejarse mecer antes que rebajarse a la penosa marcha bajo la cillisca. Una pelirroja lee el reverso de un libro de pasta satinada y arruga la nariz, como si el argumento despidiera un tufo a final feliz folletinesco y archiconocido. La señora con permanente y orejeras respira ruidosamente, y su cara se ve iluminada a ratos por sonrisas fugaces que parecen prestadas. O robadas. No hay asientos libres. Tu mano se agarra a la barra y roza el pulgar de la pelirroja que, rendida a regañadientes ante la novelita, ni se inmuta. Son muchos los roces vacuos, las miradas huecas, los suspiros ausentes que te acribillan a cada instante. Una suerte de fuego cruzado de exhalaciones cotidianas, tan etéreas como anodinas, que a nadie inmutan. Y el aire se enrarece, se condensa en los cristales mientras fuera se hace de noche. Las paradas de suceden, fuera ya no nieva.
Y tú te has dejado el plano en casa.
Todas las marquesinas se te antojan idénticas, con pequeñas variaciones circunstanciales que resultan ser personas, qué curioso, te dices, que la referencia sea el mobiliario urbano y lo accesorio aquellos para quienes fue concebido.
Yo también me sentí pequeñina, como si pudiera meterme en el cuadro y pasear entre ellas, entre el olor de la pintura y el susurro de los vestidos al moverse...
RispondiElimina*No sabía que los tranvías moscovitas pasaran por Bruxelles.... :)
Nunca he subido a bordo de un tranvía moscovita, pero sí me he sentido trasladada a un tranvía praguense...
RispondiEliminahttp://es.wikipedia.org/wiki/Imagen:Tram91.jpg